PARROQUIA SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

PADRES TEATINOS
Cnel. Bogado y Los Ceibos - Boulogne, San Isidro

Capilla Nuestra Señora de la Pureza (Bacacay 630)
Capilla Cristo Obrero (Aráoz y Guayaquil)
Capilla Medalla Milagrosa (Barrio Ombú)

HORARIOS DE MISAS

PARROQUIA SAGRADO CORAZON

martes a viernes a las 18 hs.

sabados a las 19 hs

domingos a las 8 hs-11hs-19hs



CAPILLA CRISTO OBRERO

sabados 17:30 hs



CAPILLA PUREZA

viernes 8 hs.

domingos 9:30 hs

31/10/09

Domingo 31°... La Palabra. 31 de octubre ' 09

TODOS LOS SANTOS... Nuestra Santidad es posible!!!

Este domingo no es un domingo cualquiera. Hoy toca celebrar la fiesta de Todos los Santos. ¿Quiénes son? Podemos hacer un primer ejercicio y echar la mirada a la historia y a los altares y cuadros de nuestras iglesias y capillas. Ahí están algunos santos. Están convertidos en cartón piedra. Son estatuas más o menos hermosas que decoran los altares. De algunos de ellos conocemos la vida. Leímos en su momento un libro o folleto con los detalles de su vida. Pero la mayoría se nos quedan muy lejanos en el tiempo. Y nos han llegado tan “santos” que se nos antojan también un poco inalcanzables. Hicieron cosas maravillosas y algunos parece que eran ya santos casi antes de nacer. Ante ellos sentimos admiración pero también un cierto desánimo. No nos vemos con las fuerzas para vivir como ellos vivieron su fe en medio, a veces, de situaciones muy difíciles y complicadas. Mirad a los que os rodean Un segundo ejercicio que podemos hacer en este día es mucho más simple. Basta con echar la mirada a nuestro alrededor (se supone que estamos en la iglesia, celebrando la eucaristía con nuestros hermanos y hermanas). Al frente, a la derecha, a la izquierda, detrás de nosotros. Hay muchas personas. Algunas nos resultan conocidas. Nos hemos saludado al entrar. A otras las conocemos solamente de vista. De vernos por la calle pero también de vernos aquí en la iglesia. Otras son caras totalmente nuevas. Hemos venido de diversos lugares y orígenes para celebrar juntos la Eucaristía, para dar gracias a Dios por su bondad, para escuchar su Palabra, para compartir su Cuerpo y su Sangre. Todo eso lo hacemos juntos, en comunidad. Pues bien, nosotros somos los santos que hoy celebramos. No hace falta echar la mirada atrás en el tiempo sino, lo que es más fácil, echar la mirada al banco de atrás. Y a nuestro lado. Y a nosotros mismos. Nosotros somos los creyentes, los discípulos. Nosotros, junto con otros muchos a lo largo y a lo ancho de nuestro mundo, junto con otros muchos en el pasado (recuperamos a los de los altares pero vivos y no como estatuas) y en el futuro, somos los que trabajamos día a día por hacer un mundo mejor, más hermano, más lleno de misericordia, de comprensión, de tolerancia, de amor, de perdón. En definitiva, más lleno de Dios. Nosotros. Sí, nosotros somos parte de esa inmensa muchedumbre de la que habla el Apocalipsis de Juan. Nosotros hemos lavado, y seguimos lavando, en la sangre del Cordero nuestros mantos, llenos de miserias, de envidias, de celos, de orgullos, de errores... Y hemos experimentado el perdón y el amor de Dios. Nosotros somos los que seguimos a Jesús. Con todas nuestras limitaciones. Porque ya sabemos que no basta con una lavada para que la ropa quede limpia para siempre. Con el barro de la vida nos volvemos a manchar. Pero somos constantes y sabemos que la misericordia de Dios es más grande que todas nuestras limitaciones. Nosotros sabemos por experiencia que “la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono y del Cordero”, de Jesús. Somos los bienaventurados La verdad es que somos hijos de Dios (segunda lectura). Somos sus hijos e hijas, aunque no se haya manifestado del todo lo que eso significa. Ahora vivimos en la esperanza porque estamos en camino. Como el pueblo de Israel, caminamos en el desierto a la espera de llegar a la tierra prometida. Pero Dios está con nosotros. Y Él nos hace santos. Ahora, una vez realizados estos sencillos ejercicios, podemos atender a la lectura del Evangelio y escuchar como Jesús nos llama “bienaventurados” porque somos pobres, porque luchamos por la justicia, porque tratamos de ser misericordiosos, porque trabajamos por la paz y la reconciliación. Y la palabra de Jesús llega a nuestros oídos. Nos calma, nos serena, nos devuelve la alegría, nos hace conocer y comprender nuestra más honda realidad. Más allá de lo deforme de nuestros defectos y limitaciones, está la verdad, la gran verdad: que somos hijos amados de Dios, que la humanidad no está condenada sino salvada por el gran amor con que Dios nos ama. Nosotros, un nosotros muy grande, que abarca a toda la humanidad en el pasado, el presente y el futuro, somos los santos de Dios, los santos que hoy celebramos. Porque Él es bueno. Salimos a la calle con la sonrisa en el rostro y dispuestos a seguir luchando por mejorar nuestra propia vida y por mejorar este mundo. Por hacer que sea la casa de Dios, la casa de todos, el Reino por el que Jesús dio su vida.


Fernando Torres Pérez (ciudadredonda.org)

24/10/09

Domingo 30°... La Palabra. 24 de octubre ' 09

1. Este relato está redactado de forma que en él se destacan tres cosas: 1) la situación de Bartimeo: era ciego y mendigo; 2) la fe firme e insistente que tuvo este hombre; 3) cuando la fe es así de fuerte, el que la tiene vence su condición de invidente y de pordiosero, pasando al discipulado de los que “siguen” a Jesús.
2. Pero la fuerza de este relato se comprende si se tiene en cuenta: 1) que la ceguera era considerada entonces como un castigo de Dios (Ex 4, 11; Jn 9, 2; Hech 13, 11); 2) que los ciegos se veían obligados con frecuencia a mendigar (Mc 10, 46; Jn 9, 1); 3) que la curación de un ciego se veía cono un hecho portentoso (Jn 9, 16); 4) que la ceguera simbolizaba las tinieblas del espíritu y la dureza del corazón (Is 6, 9 s; Mt 15, 14; 23, 16-26; Jn 9, 41; 12, 40).

(3. Es evidente que Jesús le devolvió a este hombre la vista, lo liberó de su condición de mendigo y le restituyó la dignidad que las creencias religiosas y la sociedad le habían arrebatado. La religión atribuye a castigos divinos lo que son desgracias humanas. Y la sociedad margina y desprecia al que no es reconocido y estimado, bien sea por su mísera posición económica, por su indignidad ética o por su mala imagen como creyente. Jesús rompe con todo eso. Para Jesús, lo decisivo es la integridad de la vida, la felicidad de las personas y la dignidad de los que la “buena” sociedad y la religión más “ortodoxa” considera indignos.

José María Castillo, teólogo (en redescristianas.net)