PARROQUIA SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

PADRES TEATINOS
Cnel. Bogado y Los Ceibos - Boulogne, San Isidro

Capilla Nuestra Señora de la Pureza (Bacacay 630)
Capilla Cristo Obrero (Aráoz y Guayaquil)
Capilla Medalla Milagrosa (Barrio Ombú)

HORARIOS DE MISAS

PARROQUIA SAGRADO CORAZON

martes a viernes a las 18 hs.

sabados a las 19 hs

domingos a las 8 hs-11hs-19hs



CAPILLA CRISTO OBRERO

sabados 17:30 hs



CAPILLA PUREZA

viernes 8 hs.

domingos 9:30 hs

28/11/09

1° Domingo de Adviento ... La Palabra. 29 de noviembre' 09

Una comunidad que espera
Puede ser que haya algunos que no se enteren pero hoy comienza un tiempo nuevo. Nuevo en todos los sentidos. Nuevo porque empieza un año litúrgico nuevo, todo ese ciclo de celebraciones que se repiten de un año para otro y que nos ayudan a celebrar e interiorizar los misterios de la vida de Cristo, los misterios de nuestra salvación. Nuevo también porque nos preparamos en este tiempo para celebrar y recordar la mayor novedad que ha acontecido en la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, el testigo vivo del amor de Dios para la humanidad, el que nos trae la salvación, el que nos abre la puerta de salida de este laberinto en el que estamos metidos todos. Hay que tener el espíritu preparado para comenzar el Adviento, para prepararnos para la Navidad. Hay que abrir las manos y el corazón a la esperanza. No es tiempo para pensar en desastres. Es tiempo de levantar la vista al horizonte y atisbar que ya viene, que ya se acerca es el que es nuestra salvación. Con él trae la paz y la justicia.
Atentos al que viene
Llegan días en que se cumplirá la promesa. Hay que preparar el corazón para acogerla porque va a llegar de la forma más inesperada. No exactamente como nosotros la imaginamos. No va a aparecer por la autopista en una caravana triunfal. Nuestro Dios tiene otro estilo, otra forma de actuar. Lo suyo va a ser la senda, el camino, la trocha. No será fácil reconocerlo por la ropa elegante ni por los guardaespaldas no por la seguridad que le rodee. Más bien habrá que reconocerlo por la sencillez, por su despojo, por su cercanía con todos pero especialmente con los más pobres. Por eso hay que mirar y vigilar el horizonte. Ya llega el Señor. Ya está llegando. Y la espera se hace alegría gozosa. La espera fortalece la fraternidad, el amor mutuo, el reconocernos unos a otros como hermanos que compartimos sobre todo nuestra fe en el que viene y nos trae la Vida. Vivir en esperanza es toda una forma de vivir, de relacionarnos con los demás, de ser justos, de cuidarnos unos a otros, de no dejar que nadie quede atrás. Porque la espera la hacemos juntos, en familia, en comunidad, como hijos.
Esperar, aquí y ahora
La espera, vivir esperando, no cambia la realidad. No hace que la vida que nos rodea sea más fácil, que los problemas desaparezcan, que la injusticia deje de existir, que no haya más envidias ni odios ni violencia. Las guerras, los desastres naturales, el terrorismo, la falta de libertad, la pobreza, la avaricia y tantas otras cosas siguen ahí. Basta con leer los periódicos. La comunidad que espera no cae en la ingenuidad angelical. No se deja envolver por sus cánticos e himnos hasta pensar que el mundo se reduce a la sala donde celebra. La comunidad que espera es activa y trabaja por un mundo mejor. La comunidad que espera está comprometida con la justicia. No soporta la injusticia ni la violencia ni el odio ni ningún otro de los males que asolan a nuestra humanidad. La comunidad que espera vive en este mundo nuestro y sale a la vida comprometida a denunciar la injusticia y a comportarse de una forma nueva dominada por el amor y la misericordia. La comunidad que espera siente ya viva en medio de ella la presencia del esperado. No por mucho esperar ha caído en la desesperanza. Sigue confiando y esperando. Sigue teniendo como punto de referencia las palabras de Jesús. No se deja llevar por el desaliento ni la ansiedad. Lo que viene no es la destrucción sino la vida. Por eso la comunidad que espera ya levanta la cabeza con gozo y alegría. La comunidad que espera sabe que se acerca su liberación. Hoy comenzamos el Adviento y lo hacemos así: con gozo y alegría porque sabemos que se acerca nuestra liberación. Y eso no nos hace temer sino alegrarnos. No nos hace agachar la cabeza sino levantarla. Nos hace comunicativos. Nos ayuda a ser activos en favor de la justicia, del amor, de la compasión, de la misericordia. No queremos que nadie se quede sin escuchar la gran noticia: que viene nuestro salvador. Maranatha! Ven, Señor Jesús!

Fernando Torres Pérez (ciudadredonda.org)

21/11/09

Domingo 34° "CRISTO REY" ... La Palabra. 22 de noviembre' 09


Jesús, ¿rey? ¿de qué reino?
Hay que releer desapasionadamente la lectura del Evangelio de este domingo. Hagamos como si la leyésemos por primera vez y no conociésemos a los protagonistas ni el desenlace final de la historia. ¿No suena el diálogo a ridículo? El detenido se convierte casi en el interrogador. Y el que interroga se encuentra con la sorpresa de que el detenido se declara superior a él pero “de otro mundo”. Lo suficiente en nuestros días para enviarlo a un manicomio. En la época de Jesús no tenían esos recursos y la vida humana no valía tanto. Es decir, que Pilatos condenó a muerte a Jesús sin hacerse demasiado problema. Probablemente así fue como sucedió en realidad. Hoy nosotros hacemos otra lectura de la historia. La leemos desde nuestra fe. El detenido no es un loco. Es Jesús. El Hijo de Dios. El Testigo del amor y la misericordia de Dios para con todos. Para nosotros está clarísimo que su reino no es de este mundo. Hasta nos fallan y faltan las palabras. Porque lo suyo no es un reino. Quedan pocos reinos en la actualidad. Y los reyes que quedan ya no mandan mucho. Son reyes constitucionales. No son mucho más allá que una figura decorativa, que representa al Estado. Los reyes de antes eran otra cosa. Aquellos mandaban de verdad. Hacían lo que les venía en gana. Su reino era para ellos como su propiedad privada. Y su gente eran súbditos y no ciudadanos libres. Pero ninguna de esas dos formas de ser rey tienen nada que ver con lo que Jesús es para nosotros. ¿Verdad que no?Su “reino” no es de este mundo Por eso, decir que Jesús es rey o emperador se nos queda corto y desajustado. Jesús es otra cosa. Está claro que su “reino” no es de este mundo. Y que las palabras e imágenes de este mundo no sirven bien para hablar de él y de lo que significa para nosotros. Su “reino” no se parece a ninguna de las formas de gobierno, de poder, de este mundo. Ni a los reinos actuales, ni a las democracias ni a las dictaduras, ni a las repúblicas. Su “reino” es otra cosa. ¿En qué consiste ese “reino” de Jesús? Lo hemos ido viendo a lo largo de todo el año litúrgico que hoy, con esta celebración, termina. Hemos recorrido paso a paso los misterios de la vida de Jesús. Con el Adviento nos preparamos para la celebración de su nacimiento, luego vino el gozo de la Navidad. Más adelante, la Cuaresma nos llamó a la conversión necesaria para celebrar la Semana Pascual, que culminó con la Resurrección de Jesús, que celebramos durante todo el tiempo de Pascua. Domingo a domingo hemos ido escuchando su palabra, conociendo su estilo de vida, su forma de relacionarse con los demás. ¿Es posible que digamos que no sabemos en qué consiste su “reino”? Todos hijos, todos hermanos Su reino es de amor y misericordia, de comprensión y perdón, de acogida para los alejados, de generosidad con todos. Su reino es toda una forma de convivencia entre las personas en la que se parte de un principio básico: somos hijos del mismo padre y, por eso, somos hermanos. Lo que tenemos, lo que somos, lo compartimos. Y esa es la única forma de alcanzar la plenitud, nuestra plenitud. Ese es el reino de Jesús. Eso es lo que hoy celebramos en esta fiesta con la que termina el año litúrgico. Pilatos no entendió lo que le decía Jesús. Probablemente no le pareció más que un loco potencialmente peligroso. Por eso lo condenó. Hoy nosotros, desde la perspectiva de la fe, deberíamos saber que el poder de Jesús es mucho más fuerte que el de Pilatos. Pilatos tiene la violencia de las armas. Jesús tiene la fuerza del amor, del perdón y de la misericordia. Pilatos, con su violencia, puede destruir pero sólo Jesús puede construir porque sólo el amor construye y abre nuevas posibilidades de vida. Si creemos en Jesús es hora de alistarnos en sus filas y avanzar bajo su bandera. Jesús es de verdad todopoderoso. Sólo con él podremos construir un mundo nuevo.
Fernando Torres Pérez, cmf

14/11/09

Domingo 33°... La Palabra. 15 de noviembre' 09

De la tribulación a la esperanza
¿Por qué imaginamos la venida última de Cristo como una amenaza?

El Evangelio, es cierto, nos dice que este mundo quedará destruido pero se supone que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo no en este mundo. ¿O no? Y se supone que de Cristo esperamos la salvación, la vida, la misericordia, el perdón. ¿O no? La realidad es que hay toda una mitología, toda una forma de pensar e imaginar el fin de este mundo que gira en torno al desastre, la destrucción, la muerte, la violencia y todo lo que es precisamente lo contrario de lo que podemos esperar de Jesús. No sólo es que en los últimos tiempos se hayan estrenado en los cines numerosas películas sobre el tema. Esa forma de pensar, esas ideas, parece que están metidas en nuestra mente, en la forma de pensar de los pueblos, desde mucho antes.


El Apocalipsis como destrucción


En esas historias siempre hay algo, una causa externa o física, que causa la destrucción de nuestro mundo. Puede ser un asteroide que va a chocar contra la tierra, un terremoto, una tormenta, una guerra atómica. La conclusión es siempre la misma: nuestro mundo –y hay que subrayar lo de “nuestro”– termina, se acaba. Desaparece la estabilidad, la seguridad de las relaciones humanas que nos permiten vivir. Y los sobrevivientes, si los hay, vuelven a una situación anterior en la historia, mucho más penosa, más difícil, más insegura. En nuestra mente, los cristianos leemos así también estos textos apocalípticos. Y se convierten para nosotros en fuente de amenaza. La venida de Cristo ya no es deseada ni esperada sino temida. Pensar en ella nos produce pavor, terror, miedo. Parece que en el juicio ya no vamos a tener ninguna posibilidad de defensa. Es más, diríamos que es un juicio, el de Dios, que casi no es juicio porque da la impresión de que estamos previamente condenados. No hay nada que hacer. No hay esperanza. Dios ha medido cada una de nuestras acciones, pensamientos y deseos. No hay escapatoria. No hay defensa posible. No valen las excusas. Su dedo acusador nos señalará sin compasión. Y la espada de fuego del ángel de turno nos arrojará de su presencia y nos enviará al infierno.

El Evangelio de la esperanza

Todo eso tiene muy poco que ver con el Evangelio. Tiene muy poco que ver con lecturas como las de este domingo. Cierto que hablan del fin de nuestro mundo. Porque este mundo tiene fecha de caducidad. El paso del tiempo le persigue como una amenaza. Nada dura para siempre. Nuestra propia vida está amenazada de muerte. Y nuestra muerte significa la muerte y desaparición de nuestro mundo. Pero ahí está la primera lectura del profeta Daniel. Reconoce que ése será un “tiempo de angustia”. Pero ése es precisamente el tiempo en el que surgirá Miguel, el que “defiende a los hijos de tu pueblo”. Y dice también que “en aquel tiempo se salvará tu pueblo”. Es que Dios no va a dejar de su mano a sus hijos. ¿Es que puede el padre abandonar a sus hijos y condenarlos a la muerte? ¿Puede el Creador complacerse en la destrucción de su propia creación? En el Evangelio también se habla de ese último momento. También es momento de tribulación. Pero precisamente en ese momento es cuando aparecerá el Hijo del Hombre para reunir de los cuatro vientos a sus elegidos. El texto no quiere ser una amenaza sino precisamente lo contrario. Las palabras de Jesús quieren suscitar nuestra esperanza. Ni en medio de las mayores dificultades Dios nos deja de su mano. Somos sus hijos. Esta humanidad doliente es su familia y no la va a abandonar nunca. Al final, triunfará la misericordia, el amor, el perdón. Al final, el Hijo del Hombre nos traerá la vida y la vida en plenitud. A todos, comenzando por aquellos a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. Es momento de levantar la cabeza y dejar que la esperanza haga brotar una sonrisa en nuestro rostro. Y de dar la mano a todos para compartir esa esperanza y no dejar que ningún hermano quede atrás.



Fernando Torres Pérez (ciudadredonda.org)

7/11/09

Domingo 32°... La Palabra. 8 de noviembre' 09

Manos abiertas, manos generosas
La vida cristiana no sólo está hecha de grandes declaraciones. Hay que recitar el Credo todos los domingos y solemnidades. Hay que tener presente sus grandes verdades. No conviene olvidar las verdades básicas de nuestra fe: la encarnación, la resurrección, etc. Pero también es verdad que la semana está hecha de días de diario, días normales, del lunes al viernes. Días de trabajo, de rutina. Días sin ropa de domingo. Para esos días conviene tener muy presente evangelios como el de este domingo que nos habla de un pequeño detalle que en la vida diaria ayuda a construir una vida cristiana de las de verdad. Porque en la vida podemos vivir tan centrados en nosotros mismos y en nuestras necesidades y problemas que se nos olvide mirar a los demás, a los que nos rodean. Colocados en esa perspectiva las cosas que tenemos a nuestro alcance se convierten en recursos necesarios e imprescindibles para nuestra propia supervivencia. Las manos se nos vuelven herramientas que agarran y guardan en nuestros almacenes como pequeñas o grandes palas excavadoras que barren hacia sí mismas todo lo que encuentran. Es toda una actitud vital. Una nueva forma de vivir Frente a ella, hoy las lecturas nos proponen otra forma de vivir. Las manos ya no son herramientas que agarran y atraen hacia mí sino que se abren para compartir en generosidad total. Más allá de lo razonable. Es lo que se nos cuenta en el relato del profeta Elías. La viuda no tenía casi nada. No tenía lo suficiente para ella y para su hijo pero, al compartir lo poco que tenía con el profeta “ni la orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó”. Lo mismo se puede decir de las palabras de Jesús en el Evangelio que contraponen la actitud de los que “devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos”, con la de la pobre viuda que echa en el arca de las ofrendas (una forma de compartir) de lo que necesita para vivir. Y en la segunda lectura de la carta a los hebreos se nos abren los ojos sobre la generosidad de Cristo, que entrega su propia vida para nuestra salvación. Al final de este recorrido, descubrimos que esta actitud –generosidad, compartir– no es un detalle accidental de la vida cristiana. En absoluto. Es un detalle central. Es que resulta que Dios mismo es así, que esa entrega generosa, hasta dar la vida, a los demás forma parte del mismo ser de Dios. Una entrega generosa por la vida El núcleo del mensaje del Evangelio nos viene a decir que no hay otra forma de vivir en plenitud que en esa relación generosa y de entrega con los que nos rodean. Ser persona es tener las manos abiertas para saludar, para compartir, para dialogar, para dar, para confiar. Cerrar el puño, acaparar, barrer para casa es volver a una situación pre-humana, es volver a las cavernas, es dejar que lo más animal de nosotros triunfe. Compartir, dar con generosidad, es toda una forma de vivir que nos hace incluso más felices. Pienso ahora en esas veces que se reúne un grupo de personas para comer juntos. Cada uno decide hacer su pequeña aportación. Al final, aunque siempre hay algunas personas que no llevan nada, siempre sobra, hay comida en abundancia. Se ha producido el milagro. Al compartir es como si los bienes se multiplicasen. ¿No será que siendo un poco más generosos solucionaríamos muchos de los problemas de nuestro mundo? Generosos con la comida, generosos con los bienes, generosos con el perdón, generosos con la misericordia, generosos con la amistad. Manos abiertas y no puños cerrados. Toda una forma de vivir en cristiano.

Fernando Torres Pérez (ciudadredonda.org)